Glenn Gould en un ensayo junto a Leonard Bernstein (1961). Foto: Don Hunstein |
Alejandro Castroguer
Glenn
Almuzara, 2015
Puede que sea el pianista más famoso del siglo XX, lo que es mucho decir, habida cuenta la gran cantidad de inmensos intérpretes que de ese intrumento nos ha dejado la pasada centuria, que los inmortalizó para la posteridad por medio de la grabación fonográfica. Puede también que haya sido el pianista más infrecuente, más insólito, más extravagante de todos los que han poblado los escenarios, los estudios de grabación y los medios de comunicación. Puede que sol fuera un hombre tocado por algún tipo de trastorno que lo hizo especial con su especial capacidad para moverse por el terreno de las teclas del piano. Puede que fuera un genio.
El canadiense Glenn Gould (1932-1982) debutó en el mundo discográfico con una de las obras más hermosas y complejas de la historia de la música, las Variaciones Goldberg, de Johann Sebastian Bach (1985-1750), una insolencia solo al alcance de los más osados o de los más geniales. Entonces solo tenía 23 años y, en contra de lo esperado por muchos, que consideraban casi soberbia esta elección de repertorio, el disco se convirtió en uno de los más importantes del siglo XX, en una verdadera referencia que ha servido a múltiples intérpretes posteriores tanto para acercarse a su manera de entender la música como para alejarse de ella. En cualquier caso, las Variaciones Goldberg que Gould grabó en 1955 son un clásico imprescindible, lleno de belleza, aderezado con los murmullos del intérprete y con una cadencia del tempo tan particular que las convierten en un ejercicio de virtuosismo difícil de igualar. Al margen de su carrera artística (corta, ya que murió recién cumplidos los 50 de un derrame cerebral), Glenn Gould fue un personaje fuera de lo común, con múltiples manías, grandes miedos y una gran dependencia hacia su madre, Florence, que fue quien le inició en el difícil arte de la interpretación pianística.
El escritor malagueño Alejandro Castroguer ha escrito una semblanza narrativa de la vida de este pianista mítico, Glenn, que le ha valido el XXXI Premio Jaén de Novela, organizados por CajaGranada Fundación y que recientemente ha sido publicado por la editorial Almuzara. No se trata de una biografía al uso ya que, como afirma Castroguer, todo está inspirado en la vida real de Glenn Gould y no hay licencias literarias que inventen situaciones o personajes. La narración discurre como la de una novela, con dos diferentes voces que se alternan en un ejercicio literario muy interesante y efectivo: una, la voz interior del propio pianista que simula lo que pudo (o no) haber pensado sobre su propia vida; la otra, una neutra voz de narrador que describe situaciones y hechos históricos más constatables. Así, en primera y tercera persnoa, desfila ante nosotros la vida de este genio del piano con la vitalidad de una gran novela.
Castroguer nos descubre el miedo casi patológico de Gould a ser contagiado por los gérmenes, lo que le hacía vestirse siempre embutido en jerséis y abrigos, con mitones y guantes, hiciera frío o calor. O cómo, de forma sistemática, realizaba un baño de brazos de muchos minutos (siempre con sus propias toallas para secarse) antes de realizar cualquier interpretación, ya fuera en directo o en estudio. Descubrimos también su miedo a volar en avión, que fue acrecentándose progresivamente con la edad; un argumento que reforzó su idea de alejarse de los escenarios y dedicarse solo a la grabación en estudio. Asímismo nos habla de su afición a conducir temerosamente, con los piés cruzados en los pedales y una de las manos dirigiendo en el aire al compás de la música.
También era Gould un temeroso misántropo, a quien no le gustaba nada relacionarse con el resto del mundo. Y un excéntrico en sus actuaciones en directo, con algunas de ellas antológicas. Como la que realizó junto al director Leonard Bernstein (1918-1990) que fue de todo menos lo que el director quería que fuese. O las que canceló de improviso y dejó a los espectadores con rabia, cabreo y desolación... O sus fracasos, sus decepciones..., en suma, una narración que relata la intensa personalidad de un gran artista que poseía una manera muy particular de entender la interpretación pianística. Un genio que, poco antes de su muerte y sin saber que se convertiría en una especie de testamento musical, volvió a grabar las Variaciones Goldberg con una digitación tan diferente de la que había hecho 24 años antes, un tercio más lenta y, por tanto, de mayor duración que aquella, que se convirtió, una vez más en otra grabación antológica y de referencia solo al alcance de pocas estrellas.
Este libro está escrito en tantos capítulos como variaciones tiene la famosa composición de Bach, con un Aria de prólogo y otra para finalizar, la misma estructura que esa obra del maestro alemán con la que siempre se relacionará a Glenn Gould, el artista que siempre fue un niño inquieto, un genio deslumbrante y diferente y que nunca interpretó su música sentado en otra silla que no fuera el pequeño taburete plegable de madera que le construyó su padre y que, ajado por el uso y el tiempo, ya forma parte de la historia de la música. Como Glenn Gould, historia de la música, de la interpretación y del piano, con grabaciones mayúsculas e indispensables, sobre todo de Bach y de Arnold Schönberg (1874-1951), de quien siempre quiso tocar su música y fue uno de sus más fervientes defensores.
Puedes escuchar el Aria de las Variaciones Goldberg (de 1981) interpretada por Glenn Gould pinchando aquí.