martes, 9 de febrero de 2016

El vagabundo de las estrellas



Jack London
El vagabundo de las estrellas
The Star Rover. Traducción: Mari Luz Ponce Hernández
Alianza Editorial / El Libro de Bolsillo, edición 2015

Cien años después de su primera publicación, El vagabundo de las estrellas (1915) renace con una fuerza inusitada. En esta entretenida, oscura, terrorífica y valiente novela el escritor californiano Jack London (1875-1916) mostró una nueva dirección en su narrativa, apostando mucho más por la individualidad de la moral que por la propia de la sociedad y plasmó en un extraño compendio de distintas aventuras lo que hoy día podría tener relación con los llamados sueños lúcidos.
La historia narrada en primera persona por Darrell Standing, convicto a pena de muerte en el penal de San Quintín, es estremecedora y, a veces, escabrosa. De forma nunca esperada en su vida, este hombre fue condenado a cadena perpetua (y después, por una falsa agresión, a morir en la horca) y, por una perversa concatenación de circunstancias en un entorno tan viciado como es la cárcel, se ve sometido a un castigo extremo, con el que la mayoría de los que lo padecen, si sobreviven, terminan enajenados o tullidos: permanecer en una oscura y húmeda celda de castigo con todo el cuerpo aprisionado hasta el delirio con una camisa de fuerza que le impide el más mínimo movimiento. Y eso durante días y días de tortura. Sin embargo, el protagonista descubre un sistema para escapar a dicho sufrimiento y con el que evita que su cuerpo sienta las sensaciones fatídicas de la opresión constante y el movimiento impedido. Se trata de una especie de evasión de la mente por un proceso de muerte en vida, con el que su espíritu sale de su propio cuerpo para vivir otras experiencias que, en su caso, son de vidas anteriores, con otras personalidades, otros cuerpos y en otras épocas y lugares.
Así, London consigue que en un solo libro tengamos varias narraciones de diferente cariz, de lo que podríamos llamar distintos géneros, y todas perfectamente hiladas en una sola novela. No se lee como una colección de cuentos, sino como las aventuras extracorporales de un mismo individuo en diferentes espacios y tiempos. Es, como decía, algo similar a los sueños lúcidos, en donde el individuo proyecta el sueño, lo induce para introducirse en él cuando duerme, para vivir la experiencia que ha planificado previamente. Incluso (dicen algunos) comunicándose en el mismo con otros individuos que podrían viajar también por ese mismo espacio onírico. Aunque el convicto Standing no viaja por un sueño sino que proyecta su espíritu a épocas remotas en el tiempo y el espacio reflejándose en otras vidas que vivió anteriormente.
Una narración apasionante que pone de relieve el poder de la imaginación para proyectarnos a otros mundos, a otras experiencias y a otras maneras de ver nuestra propia existencia. Pero también añade London a El vagabundo de las estrellas un caracter moral en relación a la preeminencia de la moral individual frente a la tantas veces corrupta y pervertida moral social, reflejada en las normas de la prisión y, más concretamente, del alcaide de la misma, con quien el torturado Standing mantiene un pulso constante, una batalla feroz y sin cuartel, pese a que el prisionero es, a priori, el más débil para mantener dicho enfrentamiento. Al final, el texto se convierte en un furibundo alegato en contra de la tortura y de la pena de muerte.
De aventura seria, de narración que te lleva rápidamente a empatizar con los protagonistas y con sus peripecias, de mares, espadas, caballos y arenas candentes... de todo eso supo Jack London escribir de forma magistral, con otras inmortales novelas como, entre muchas, Colmillo blanco (1906), El lobo de mar (1904) o La llamada de la naturaleza (1903).