miércoles, 20 de abril de 2016

Nebiros

Juan Eduardo Cirlot, en Barcelona, 1950, año en que escribió Nebiros

Juan Eduardo Cirlot
Nebiros
Siruela, 2016

El pasado 9 de abril se cumplió el centenario del nacimiento del barcelonés Juan Eduardo Cirlot (1916-1973), uno de esos curiosos personajes de la cultura que tantas veces quedan en los márgenes aun cuando su calidad e interés son mayúsculos y, en ocasiones, sorprendentes. Músico, poeta, ensayista, crítico de arte, afín a muchos grupos culturales de vanguardia, este intelectual es conocido sobre todo por el Diccionario de los símbolos (1958), una obra muy popular sobre el mundo de la simbología que se tradujo al inglés en 1962 y que ha sido reeditada desde 1997 en Siruela nada menos que en veinte ocasiones. Este libro fue precedido de otra obra de catalogación, el Diccionario de los ismos (1949-1956), un compendio de estética en forma de diccionario. Fueron numerosos los libros de poemas, los artículos de prensa y los ensayos que escribió, pero, sin embargo, solo abordó la novela en una ocasión, y no tuvo fortuna con ella.
Se trata de la compleja narración Nebiros (1950), que debió ser editada por el poeta y editor Josep Janés i Olivé (posterior cofundador de la editorial Plaza & Janés), pero, desafortunadamente, se topó con la censura férrea que todo lo observaba en aquellos tiempos, y que llegó a considerar la obra “de una moralidad grosera” y “repugnante”. Hoy, a los cien años justos del nacimiento de su autor, consigue por fin ver la luz en una cuidada edición a cargo de la hija de este, la medievalista Victoria Cirlot, quien, junto a Enrique Granell, pudo rescatar el manuscrito perdido en junio de 2015 del Archivo General de la Administración, en Alcalá de Henares, traspapelado entre cientos de expedientes.
Y si lo que fue en su momento un motivo para su prohibición, hoy lo es para su lectura. Se trata de una narración agónica, oscura y decadente; un deambular por los márgenes del infierno, por los abismos de la sociedad. El protagonista, sin nombre, es un gris y apático empresario, misántropo hasta límites de lo maniático, ajeno a los placeres de la vida cotidiana e inmerso en profundas cavilaciones constantes en las que se cuestiona todo, desde lo moral hasta la religión, desde el bien hasta el mal. Precisamente es de un demonio, Nabeirus, de donde surge el nombre de la novela y el de un extraño bar en los barrios más siniestros y arrabaleros de la ciudad portuaria donde vive, que Cirlot no identifica pero que bien podría ser un remedo de Barcelona o de Marsella. La vida nocturna de esas calles llenas de prostitutas, de borrachos, de gente sin rumbo consigue crear un ambiente axfisiante en el que el protagonista se va introduciendo como una vía de escape hacia no se sabe dónde. Como con los personajes de Albert Camus (1913-1960), el nihilismo de este empresario casi fantasmagórico aleja la esperanza de su espíritu traspasando la frontera de lo real y cayendo irremisiblemente en el infierno de sus cavilaciones, casi alucinadas, dramáticamente hipnotizadas.
Los argumentos que va desgranando el personaje noctámbulo son de una lucidez explosiva, despiadada con todo y todos los sectores de la sociedad adocenada y, claro, de esa manera los censores de la época se sintieron espantados con esta novela, con fragmentos tan directos como este:
«…se reía manifiestamente de las verdades religiosas, no solo de los dogmas y de los milagros de la religión en cuyo seno naciera, sino de la misma esencia de la religión…»
Precisamente es esta una de las frases señaladas por la censura en el mismo manuscrito original que fue prohibido. Victoria Cirlot añade a la edición del libro un apéndice con los sucesos que provocaron el tira y afloja del editor y de los censores y uno final con los apuntes que la censura anotó en el original para demostrar que era un libro (en su día) impublicable. Hoy, por fin, podemos disfrutar de este estraordinario, difícil, molesto trabajo literario que, como según dice la hija de Cirlot, parece, por alguna extraña razón, haberse empeñado en permanecer oculto justo hasta que se cumplieran los cien años del nacimiento de su autor.

Puedes leer las primeras páginas de Nebiros pinchando aquí.